CIUDAD DE MÉXICO, MÉXICO – La venganza, un tema recurrente en la literatura y la vida real, ha sido objeto de fascinación y análisis durante siglos. El nuevo libro The Science of Revenge de James Kimmel Jr. arroja luz sobre por qué este sentimiento puede ser tan placentero y adictivo.
“Vivir bien es la mejor venganza”, reza un dicho popular que, aunque parece simple, esconde una complejidad psicológica y neurobiológica profunda. Kimmel, profesor de psiquiatría en Yale y exabogado, explora cómo la venganza activa los circuitos de placer en el cerebro, comparándola con el efecto de ciertas drogas.
El placer oculto en el sufrimiento ajeno
En su investigación, Kimmel descubrió que la percepción de haber sido agraviado activa la “red del dolor” en la ínsula anterior del cerebro. Este proceso desencadena la liberación de dopamina y estimula los circuitos de placer en el núcleo accumbens y el estriado dorsal, proporcionando un “subidón químico” que puede explicar el carácter adictivo de la venganza.
Según Kimmel,
“todos nosotros regularmente autoescenificamos, autocreamos y autoimaginamos agravios todo el tiempo para obtener deliciosas dosis de venganza”.
Esta compulsión, alimentada por la química cerebral, podría estar detrás de la proliferación de relatos como la saga de John Wick, donde el protagonista busca venganza de manera implacable.
La venganza en la historia y la literatura
A lo largo de la historia, la venganza ha dejado una estela de devastación. Desde la sed de sangre de Calígula hasta los juicios ejemplares de Stalin, la humanidad ha sido testigo de cómo el deseo de represalia puede llevar a actos extremos. En la literatura, obras como Cumbres Borrascosas de Emily Brontë exploran la idea de que la desgracia ajena puede ser suficiente para sentirse reivindicado.
En la novela, Catherine afirma haber obtenido venganza sobre Heathcliff no porque haya actuado contra él, sino porque considera que las desgracias que él mismo ha provocado constituyen un ajuste de cuentas suficiente. Esta perspectiva resuena con la tradición judeocristiana de delegar la retribución en Dios, sugiriendo que la necesidad de castigar personalmente al ofensor no es universal ni inevitable.
Alternativas a la venganza tradicional
Frente a este legado de devastación, Kimmel propone una alternativa mental: el Nonjustice System. Esta técnica consiste en someter al ofensor a un juicio imaginario, permitiendo a la víctima exponer los cargos, imaginar la defensa, asumir el papel de juez y, finalmente, el de ejecutor de la sentencia.
Según Kimmel, este método ha mostrado eficacia para liberar a las personas de sus “ansias de venganza”. Un caso ilustra el potencial de esta práctica: un hombre, tras completar el juicio mental, visualizó al asesino de su padre pidiéndole perdón.
“Me dijo que lo sentía”, relató el hombre. “Eso ayudó muchísimo”.
La reinterpretación del éxito como venganza
No obstante, la mente humana ya dispone de mecanismos espontáneos para sentirse reivindicada sin recurrir al castigo o la compensación directa. La satisfacción puede provenir de reinterpretar los logros personales —en lo material, familiar, espiritual o social— como una forma de respuesta a quienes nos han herido. El refrán “el éxito es la mejor venganza” resume esta idea: la prosperidad propia basta como desagravio, sin necesidad de infligir daño.
Para quienes consideran artificial el Nonjustice System por requerir imaginar situaciones ficticias, existe una alternativa más sencilla: aceptar que la fortuna, o el infortunio ajeno, puede percibirse como un ajuste de cuentas suficiente. Así, la venganza deja de ser un acto y se convierte en una interpretación, una forma de resignificar la experiencia del agravio y el propio bienestar.
En conclusión, el estudio de Kimmel no solo desentraña los complejos mecanismos detrás del deseo de venganza, sino que también ofrece alternativas para canalizar este impulso de manera constructiva. A medida que más personas exploran estas nuevas vías, podríamos ver un cambio en cómo la sociedad maneja los agravios y el deseo de represalia.