CAMBRIDGE, REINO UNIDO – La relación entre tecnología y salud es un tema candente que sigue sin resolverse. Amy Orben, psicóloga y líder de un grupo de investigación en la Universidad de Cambridge, subraya la importancia de ser transparentes cuando no existen pruebas concluyentes sobre el impacto de las tecnologías digitales en la salud mental. “Es difícil afrontar la posibilidad de que se exagere la evidencia, aunque se haga pensando que así van a mantener más seguros a los niños”, afirma Orben.
La incertidumbre científica en torno a los efectos de los móviles, las redes sociales y la inteligencia artificial (IA) ha llevado a ciudadanos y políticos a basarse en prejuicios. A menudo, esto resulta en regulaciones innecesarias o en la falta de acción ante problemas significativos que afectan a millones de personas. J. Nathan Matias, director de un laboratorio de ciudadanía y tecnología en la Universidad de Cornell, destaca la necesidad de que los científicos comuniquen claramente lo que se sabe y lo que no. “Queremos animar a los científicos a conectar con la gente y hablar claro, incluyendo lo que no sabemos”, dice Matias.
El reto de la ciencia ante el avance tecnológico
Orben y Matias han publicado un artículo en la revista Science para fomentar el debate sobre la velocidad del desarrollo tecnológico y proponer medidas que aceleren la labor científica. Orben prevé que en cinco años se les pedirá resultados sobre la interacción de adolescentes con chatbots de IA. “Llevo meses diciendo que tenemos que empezar ya a recopilar datos a largo plazo sobre cómo usan los niños las apps de chats con IA”, explica.
La ciencia se enfrenta a un desafío: mientras las grandes compañías tecnológicas avanzan rápidamente, la investigación científica avanza a un ritmo más lento. “Las empresas tecnológicas aceleran cómo desarrollan sus productos porque siempre están probando. Hacen pruebas A/B todo el tiempo, cambian cosas, ven qué pasa, y obtienen conocimiento rápido”, señala Orben.
Propuestas para un cambio necesario
Orben y Matias proponen cuatro medidas concretas para abordar este desafío:
1. Mejores datos sobre las consecuencias
Proponen incluir información sobre el impacto de la tecnología en registros públicos, como los de mortalidad o accidentes laborales. “Muchas veces, tardamos muchísimo en entender qué hacen realmente los jóvenes y cómo les afecta”, detalla Orben.
2. Ajustar la balanza del peligro
Las grandes tecnológicas aprovechan la falta de evidencia clara para minimizar preocupaciones. “Las pérdidas empresariales son más fáciles de revertir que las vidas”, escriben Matias y Orben. Proponen reconsiderar el equilibrio entre beneficios empresariales y salud pública.
3. Trabajar en paralelo
Proponen ejecutar acciones simultáneas para acelerar la obtención de resultados. “Manipular un sistema y cambiar algo nos da evidencia bastante buena de cuál podría ser el impacto”, explica Orben.
4. Una lista de los problemas
Inspirados en la regulación de químicos, sugieren crear una lista de preocupaciones tecnológicas para guiar el desarrollo de alternativas más seguras. “Podemos empezar ya a encontrar mejores alternativas”, añade Matias.
Mirando hacia el futuro
La comparación entre las aplicaciones tecnológicas y la industria del tabaco es inexacta, según Orben. “El tabaco es un compuesto estable, no hay muchas formas de hacerlo más seguro. Con las redes sí podríamos diseñar algo mucho más seguro”, explica. Matias insiste en que los productos químicos son un mejor modelo para entender el impacto de la tecnología: “Los químicos tienen muchísimos usos valiosos. A la vez, hay compuestos que son tóxicos. Así que el reto para la sociedad es ir mejorando constantemente”, concluye.
La ciencia debe adaptarse a un mundo donde la tecnología avanza rápidamente. Orben y Matias abogan por un enfoque proactivo que no solo busque evidencia, sino que también considere los riesgos y beneficios potenciales de actuar con la información disponible. Este enfoque podría ser clave para proteger la salud pública en una era digital en constante evolución.