dom. Jul 27th, 2025

NAIROBI, KENIA – A Jane Waithera, de 39 años, le cambió la vida el día que una clínica móvil del Hospital de Kikuyu llegó a su aldea en Chinga, Kenia, y le recetó su primer par de gafas. Era 1996, tenía solo 10 años y su visión era tan deficiente que no podía rendir en la escuela. “No podía leer lo que los maestros escribían en la pizarra. Los libros me los ponía muy cerca del rostro para ver algo y la gente se burlaba de mí. Por supuesto, suspendía en los exámenes, pero no porque no supiera nada, sino porque nunca nadie se planteó que hubiera un problema con mi vista”, relata Waithera desde Nairobi.

Waithera tiene albinismo, un trastorno genético que afecta su producción de melanina y su visión. Sin embargo, no fue diagnosticada hasta que la clínica móvil visitó su aldea. “Un terapeuta visual me examinó y le dijo a mi abuela que yo tenía una discapacidad visual. Me recetaron unas gafas para una alta miopía y le explicaron que estas no corregirían el daño ya hecho, pero que sí me permitirían ver mejor”, recuerda.

Desigualdad en el acceso a la salud visual

La historia de Waithera no es única. Un estudio reciente publicado en The Lancet Global Health revela que en África subsahariana, la Cobertura Efectiva de Errores Refractivos (eREC) es de apenas el 28% en personas mayores de 50 años. Esto contrasta con el 65% de cobertura mundial y el 84% en países de altos ingresos. Stuart Keel, Oficial Técnico del programa de Visión y Cuidado Ocular de la OMS, destaca que la falta de datos sobre los niños es preocupante, aunque se sabe que uno de cada tres niños en el mundo es miope.

“Cuando son adultos, afecta drásticamente a su posibilidad de mantener un empleo digno y sostener a sus familias. Se estima que la pérdida de visión no corregida puede provocar pérdidas anuales de productividad en todo el mundo de alrededor de 400.000 millones de dólares”, describe Keel.

Waithera, ahora directora de la Unidad Asesora para la inclusión de personas con discapacidad en Kenia de la ONG Light for the World, alerta sobre el impacto en la productividad en África. “¿Cuántas personas no pueden permitirse ni siquiera una revisión ocular y los cuidados básicos? Cuanto más tiempo pasas sin gafas, peor se vuelve tu visión”, insiste.

Desafíos y posibles soluciones

En Kenia, hay unos 3,8 millones de personas con enfermedades de la vista, lo que le cuesta al país unos 262 millones de dólares al año. África Subsahariana es la segunda región del mundo con mayor prevalencia de pérdida de vista, solo superada por el sur de Asia. Keel señala que los servicios de salud visual están concentrados en zonas urbanas, creando una brecha con las áreas rurales. Además, el costo de las gafas, generalmente proporcionadas por el sector privado, es prohibitivo para muchos.

Aunque ha habido mejoras en la atención a problemas visuales desde el año 2000, el acceso universal no se logrará hasta finales de siglo al ritmo actual. En Kenia, el progreso es aún más lento. Waithera destaca que, aunque la concienciación ha mejorado, los recursos siguen siendo insuficientes.

Iniciativas y el papel del sector privado

Keel resalta la necesidad de que los gobiernos aumenten la inversión en salud visual. “Es necesario que los chequeos y las gafas se incluyan en los paquetes de servicios sanitarios y en los planes de seguro que se ofrecen al público, especialmente a los niños y las personas mayores”, afirma. España, por ejemplo, ha comenzado a ofrecer una ayuda pública de 100 euros para niños que necesiten gafas, lo que requerirá una inversión inicial de 48 millones de euros.

“El sector privado tiene un papel importante, porque es el principal fabricante y proveedor de gafas. Es necesaria una colaboración activa con ellos”, añade Keel.

Waithera aboga por soluciones que lleguen directamente a las comunidades rurales, recordando la clínica móvil que le cambió la vida. “Hay que garantizar que las personas no tengan que desplazarse hasta las grandes ciudades para acceder a información y servicios”, concluye.